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sábado, 27 de agosto de 2022

IMPOSTURA TRADICIONAL DE LA FERIA

 

Esta feria no veremos en Almería sus trajes populares. Suprimido del programa oficial el encuentro de indumentaria tradicional almeriense, no cimbrarán airosas las refajonas ni desfilarán gallardos los zaragüelles; no cantarán ya los ecos de nuestra historia ni bailarán las notas de nuestros gozos.

 

Ignoro los motivos de esta decisión, solapada por el Festival Internacional de Folclore porque, eso sí, parece obligado conocer los bailes y atuendos típicos de las antípodas antes que los de uno. El encantarse con las tradiciones foráneas al tiempo que se descuidan las propias, minando los cimientos de lo que somos, es la impostura tradicional. Huele a insulsa globalización, a infantiloide multicultural y Agenda 2030, un pasito más tras la imposición del traje de flamenca y los faralaes a ritmo de sevillanas para hacernos insignificantes o una mala copia costera de Triana. “La imitación de características y peculiaridades ajenas es mucho más vergonzoso que vestir la ropa de otro, porque significa juzgarse a sí mismo como carente de valor” dijo Schopenhauer, que sabía poco de ferias pero mucho de dignidad.

Más allá de lo etnográfico, el abandono culmina con la pérdida de sentido, de lo que esas vestimentas y esos usos muestran de nosotros, de nuestros ancestros, de nuestro relato histórico. Refajonas, fandangos y zaragüelles dicen más de lo que somos que los libros de Historia. Son un saber vivo y condensado que grita -Vengo de siglos y ¡aquí sigo! Una voz auténtica e integradora que nos habla de la influencia levantina, de la Alpujarra y lo morisco, del peso del Sol, del arrebato de los vientos y de las Andalucías, que son más de una ofusque a quien ofusque.

En un mundo empeñado en homogeneizar adquiere un valor especial el verbo “conservar”. Por ello, hay algo de heroico en los hombres y mujeres que se atavían en fiestas con la indumentaria típica de su tierra. Son mensajeros del tiempo, sostenes de la tradición y baluarte de las costumbres. Su dedicación adquiere, además, tintes épicos cuando han de colgarse esos ropajes en las fechas más calurosas del año, entre el hervor del gentío y las encendidas miradas posmodernas.

 

Convertidas hoy las ferias en un desnudarse en todos los sentidos, a contracorriente estos paisanos nos recuerdan que somos portadores de una dignidad, que el recato es necesario, que cubrirse es cuidar y que, lo que vale, merece la pena ser guardado. En vestirse, no en desvestirse, consiste siempre la civilización, advirtió con lucidez Nicolás Gómez Dávila.

 

Cuando la feria ha sido tomada por aquellos que, so pretexto de ir fresquitos -con o sin vuvuzela- se enarbolan en chanclas, shorts y caladas camisetas de tirantes, prestos a enseñar carne, nuevas musculaturas o bronceadas voluptuosidades y ufanos de intercambiar sudores, los que, por el contrario y aun queriendo ir también frescos, nos imponemos los límites del decoro o un mínimo de elegancia, hallamos en la resistencia de las refajonas y los zaragüelles un ideal caballeresco: con su presencia no sólo salvaguardan la cultura sino también gran parte de nuestra dignidad. Sus linos y sedas, algodones y esparto, tienen el tacto de la libertad, de la elevación que procura elegir lo suyo entre tanta mediocridad, quizá por ello se muevan, orgullosos, tan ligeros. Alardear de lo propio es también ponderar lo ajeno, porque los que defienden sus tradiciones sea donde fuere, por muy diferentes y más distantes sus lugares, se reconocen y respetan en la valía que ello entraña. Esa es la igualdad de los distintos.

 

Tristemente se impone hoy el abandonarse, el todos desnudos y descafeinados. Ya se advertía con la elección del cartel anunciador de la Feria. Hermoso por anodino, casi antiséptico, apto para todo salvo para los alérgicos al polen, que igual serviría para celebrar la llegada de la Primavera o felicitar el día de San Valentín -“el día que tú naciste, nacieron todas las flores…”- y donde el honor a la Patrona de Almería queda relegado a la letra chica, allí donde caen las advertencias legales de los contratos o los efectos secundarios de los fármacos. El significado de las cosas desaparece para que puedan convertirnos en meros consumidores festivos y agradecidos porque se nos obsequian unos días de feria para pasar, posar y pagar.

Se borra así una seña más de esta idiosincrasia, arrumbada en el baúl de los recuerdos junto al Indalo, el día del Pendón o la cruz de San Jorge que es nuestra bandera, y sin Karina que rebusque.

 

Desprovista de identidad, la feria tiene la polivalencia de su cartel; es otra fiesta más que vale para cualquier tiempo y lugar. Este año, como las carabelas, tres mentiras lanzamos al mar: la feria ni es feria, ni es de Almería, ni es en honor de la Virgen del Mar.

 

Confío en que este olvido municipal de lo nuestro y popular sea sólo temporal, un trastorno transitorio del programa, igual que confío en esos irreductibles almerienses, quijotes y agustinas del sureste, que cuidan con mimo nuestras tradiciones y esas pequeñas grandes cosas que nos hicieron como somos. A ellos va mi gratitud.

 

Quizá, si entornamos bien los ojos, podamos ver al final de la calle unos refajos y zaragüelles que vienen en coloridos carros tirados por vacas almanzoreñas, todo al son de unos guitarros.

 

Ante la imposibilidad de cantarles un fandango o una taranta de Almería, me quedo con mi regomeyo y les deseo una feliz Feria. Que el calor les sea leve.

 

Jesús Ruz de Perceval

19/08/2022

https://www.lavozdealmeria.com/noticia/9/opinion/243444/impostura-tradicional-de-la-feria



 

miércoles, 1 de junio de 2022

EL PUZLE DE LA VERGÜENZA

 



Este puzle o collage de alcantarillas lo forman fotografías que saqué en las renovadas calles del centro de Almería al percatarme de lo difícil que resulta encontrar una tapa de registro o atarjea colocada correctamente. Me inundó el desasosiego al no alcanzar la razón de ser de tal dislate. Después de mucho cavilar ante este desafío de civismo geométrico concluí, tristemente, que somos una sociedad fallida.

 

Sabido es que un bebé de un año y algunos monos tienen capacidad suficiente para reconocer formas geométricas y podrían emparejar esas piezas como es debido sin gran complicación, máxime cuando cuesta el mismo esfuerzo hacerlo bien que mal. Dichas capacidades se presumen aumentadas llegada la mayoría de edad, por lo que no se entiende que a algunos de los que trabajan abriendo y cerrando esos registros del subsuelo les resulte tan difícil acertar; menos aún se entiende que sus jefes sean incapaces de advertir el error, pues seguro han cursado estudios técnicos, o los jefes de sus jefes, ostentadores de alguna ingeniería en su currículo, no así con los jefes de estos ingenieros, los políticos, a los que no se les exige formación alguna por ser conocido y notorio que los gestores de lo público cuentan con sobrada aptitud para distinguir triángulos, círculos y formas mucho más complejas.

 

Descartada del “iter criminis” la hipótesis de la incapacidad, se nos presentan varias posibles explicaciones, a cuál más lastimosa.

 

Primeramente está la artística: ahora que todos podemos ser pintores, escultores, genios de la música o grafiteros espaciales sin necesidad de esfuerzos formativos o dones naturales, pudiera ser que alguno de esos trabajadores, poseído por el espíritu de Marcel Duchamp y convertido en redecorador de aceras, le enmendara así la plana a los diseñadores originales para que nuestro espacio urbano sea menos bello pero muy original y transgresor. Esta tesis no resulta plausible por cuanto requiere que operario, jefe, ingeniero y político caigan bajo el hechizo artístico, lo cual cabe pero es poco probable.

 

La segunda opción es la vengativa: El operario, resentido con la sociedad por haberle colocado en ese trabajo que no le gusta o porque, víctima del ahora llamado efecto Dunning Kruger, advierte que todavía no ocupa una secretaría general o un ministerio, no soporta tamaña injusticia y ejecuta su temida venganza contra la ciudadanía colocando mal las tapas de alcantarillas. Esta posibilidad es factible pero sólo si el resto de la cadena está bajo el antes citado encantamiento y lo permiten al interpretar aquello como manifestación de la libertad artística del trabajador, tan democrática como cualquiera otra de las que últimamente reivindican los orates.  Derecho artístico sí, venganza no. Aquí resulta indiferente si sus superiores orbitan o no bajo el influjo Dunning Kruger.

 

La tercera y última se fundamenta en la indiferencia. Al operario, al jefe, al ingeniero, al político y a todos les da exactamente igual como caigan esas tapas en las aceras, y ya está. No hay hechizos, efectos ni venganza, todo son molinos. Si acudimos a la máxima medieval “la explicación más sencilla suele ser la correcta”, proclamada por el filósofo Fray Guillermo de Ockham -quien ya de párvulo reconocía figuras geométricas complejas- habremos de concluir que el desinterés es la causa de que nuestras aceras desluzcan cual puzles deformes. Esta indiferencia absoluta es sinónimo de desprecio, desprecio al bien común, al contribuyente y a tu vecino, a la armonía y a la belleza. Cuando la indiferencia se pone de manifiesto en cosas tan sencillas es que está instalada también en las más complejas y, por ello, reitero: somos una sociedad fallida.


                                                                                                    Jesús Ruz de Perceval

                                                                      Publicado en "La Voz de Almería" 11/05/2022

                 



lunes, 9 de mayo de 2022

A LOMOS DE UNA MULA: SAN PEDRO PASCUAL Y LA VIRGEN DEL MAR

El obispo mártir de Jaén y la patrona de Almería se sirvieron de una mula para escoger su residencia

No es este un relato de devociones, salvo que se entienda como tal mi admiración por la mula, animal hoy olvidado pese a haber sido, durante siglos, el mejor y más útil amigo del hombre. Con la mula como protagonista, les hilvano dos historias entre Jaén y Almería, con ecos equinos en todo el suelo español.

Dibujo de la lápida de San Pedro Pascual sobre la Puerta de la Luna de la catedral de Baeza. Realizado por Francisco de Rus Puerta en 1646

A fines del siglo XIII Pedro Pascual era obispo de Jaén, diócesis de complicado gobierno por ser frontera con el reino nazarí de Granada, último reducto musulmán de Al-Andalus. Durante una visita pastoral fue capturado por los moros de Muhammad II y enviado preso a la capital granadina. De nada sirvieron los rescates que se pagaron pues, como buen mercedario, el obispo prefirió destinar esos dineros a la liberación de mujeres y niños cautivos. Martirizado y finalmente decapitado en el año 1300, fue primero sepultado en el lugar que llamaron “de los Mártires”, campo de la ciudad de la Alhambra. Acrecentada su fama de santidad, al reclamar su cuerpo los cristianos surgió una disputa entre los vecinos de Jaén y los de Baeza -primera sede de la diócesis jienense- pues ambos querían que los restos del prelado fuesen custodiados en sus respectivas catedrales. Para resolver la controversia se decidió montar el arca mortuoria sobre una mula “extranjera y doncella” para que ésta decidiera, por intercesión divina, el lugar donde debía reposar el santo. Ante una encrucijada, la acémila tomó camino de Baeza y, llegada a su templo mayor, cayó muerta. Aquella señal inequívoca determinó el reposo del santo, cuyas reliquias fueron depositadas sobre la puerta mudéjar de la Luna -llamada desde entonces de San Pedro Pascual- y luego llevadas a su altar mayor. Las dudas que pululaban sobre la muerte y sepultura del santo quedaron definitivamente aclaradas por la actuación del almeriense Rodrigo Marín Rubio quien, siendo mitrado de Jaén, dirigió la investigación que culminó con el hallazgo en Baeza de los restos del mártir en 1729.

Dos siglos después de la muerte de San Pedro Pascual, las olas depositaban en las playas de Almería, frente a Torre García, una imagen de la Virgen con el Niño, de cuyo arribo fue testigo el vigía, casualmente llamado Andrés de Jaén. Los signos milagrosos que acompañaron a su aparición suscitaron un pleito entre el cabildo catedralicio y los monjes del convento de Santo Domingo, postulados ambos para custodios de la Virgen en sus respectivos templos. Como en su antecedente aurgitano, sentenció su destino el juez más imparcial: una mula portaría la imagen y, dejada libre a las puertas de la ciudad, elegiría su residencia; deambuló el equino por las calles de Almería, saltó una tapia de las huertas dominicas y, llegado al templo conventual, se derrumbó ante su puerta. Para sumar firmeza a la sentencia, se cuenta que su herradura quedó impresa mucho tiempo en el peldaño de la iglesia. Así reza la leyenda. Sea como fuere, desde entonces se conserva allí la imagen de la Virgen del Mar que, por devoción de los almerienses, fue patrona de la ciudad mucho antes de su proclamación y, el templo de Santo Domingo, su santuario.
A raíz de estos sucesos se ensalzan las virtudes de la mula como humilde pero determinante transmisora de los designios divinos y, paralelamente, se confiere al animal una dignidad natural que lo hace merecedor de nuestro respeto.

En Andalucía sólo he hallado estos dos casos pero existen otros con iguales premisas -una mula, dejada en libertad, decide que camino se ha de tomar, dónde han de reposar los restos sagrados, reliquias o imágenes y, escogido el lugar, se derrumba o muere- de los que sólo citaré de nuestra geografía a San Ramón Nonato, por ser coetáneo de San Pedro Pascual y ambos religiosos mercedarios, cuyos restos quiso aquella que descansaran en Portell (Lérida). De Portugal cabe nombrar a la Virgen del Cabo o de la Piedra de la Mula, en Sesimbra y, en la América española, las vírgenes de la Soledad y de la Consolación de Sumampa, la una, patrona de la ciudad de Oaxaca en Méjico y, la segunda, de la provincia argentina de Santiago del Estero. Incluso la fundación de la Compañía de Jesús por San Ignacio de Loyola o la afirmación del Sacramento de la Eucaristía por San Antonio de Padua se debieron a una decisión mular.

Detalle de un grabado de la Virgen del Mar donde aparece la mula como protagonista. Realizado a expensas y devoción del marqués de Campo Hermoso en 1806. Archivo Ruz de Perceval

El porqué de la elección de la mula como infalible y ecuánime decisora daría para un estudio etiológico más sosegado que no está en el propósito del que suscribe, mero rumiante de estos retazos de Historia. Junto a la consabida terquedad en sus decisiones, quizá fuese escogido este animal estéril por ser ejemplo de abnegación y sacrificio, por tener fama de defender a su jinete o saber siempre dónde está el pesebre de su amo y, quizá, por todo ello también figure en la iconografía popular adorando al Niño Jesús en su nacimiento y los obispos españoles tomaran posesión de su cargo montados en una mula, tradición que hoy sólo persiste en las diócesis de Sigüenza y Orihuela-Alicante.

Indiferente resulta que se trate de mitos o leyendas si efectivamente cumplen con su cometido: reforzar una creencia o disposición y que ésta perdure en la memoria. Además, las leyendas son siempre más bellas que la fría realidad, de ahí su permanencia, pues la belleza tiene el poder de conmovernos y transmutarnos.

Pese a su protagonismo, por ser la mula humilde y generosa -lenguaje muy ajeno al nuestro- nunca ha reclamado ni recibido reconocimiento alguno, que va siempre a sus parientes el ennoblecido caballo o el burro emotivo, cuando en justicia, sea sólo por sus siglos de esforzado servicio, debería tener un monumento en cada ciudad y cada pueblo de nuestras latitudes en el que rece esta escueta leyenda: “Gracias”

Jesús Ruz de Perceval.
24/03/2022
Publicado en Diario Jaén, 03/04/2022 y en La Voz de Almería, 15/04/2022