Este
puzle o collage de alcantarillas lo forman fotografías que saqué en las
renovadas calles del centro de Almería al percatarme de lo difícil que resulta encontrar
una tapa de registro o atarjea colocada correctamente. Me inundó el desasosiego
al no alcanzar la razón de ser de tal dislate. Después de mucho cavilar ante
este desafío de civismo geométrico concluí, tristemente, que somos una sociedad
fallida.
Sabido es que un bebé de un año y
algunos monos tienen capacidad suficiente para reconocer formas geométricas y
podrían emparejar esas piezas como es debido sin gran complicación, máxime
cuando cuesta el mismo esfuerzo hacerlo bien que mal. Dichas capacidades se
presumen aumentadas llegada la mayoría de edad, por lo que no se entiende que a
algunos de los que trabajan abriendo y cerrando esos registros del subsuelo les
resulte tan difícil acertar; menos aún se entiende que sus jefes sean incapaces
de advertir el error, pues seguro han cursado estudios técnicos, o los jefes de
sus jefes, ostentadores de alguna ingeniería en su currículo, no así con los
jefes de estos ingenieros, los políticos, a los que no se les exige formación
alguna por ser conocido y notorio que los gestores de lo público cuentan con sobrada
aptitud para distinguir triángulos, círculos y formas mucho más complejas.
Descartada del “iter criminis”
la hipótesis de la incapacidad, se nos presentan varias posibles explicaciones,
a cuál más lastimosa.
Primeramente está la artística: ahora
que todos podemos ser pintores, escultores, genios de la música o grafiteros
espaciales sin necesidad de esfuerzos formativos o dones naturales, pudiera ser
que alguno de esos trabajadores, poseído por el espíritu de Marcel Duchamp y convertido
en redecorador de aceras, le enmendara así la plana a los diseñadores
originales para que nuestro espacio urbano sea menos bello pero muy original y
transgresor. Esta tesis no resulta plausible por cuanto requiere que operario,
jefe, ingeniero y político caigan bajo el hechizo artístico, lo cual cabe pero es
poco probable.
La segunda opción es la vengativa: El
operario, resentido con la sociedad por haberle colocado en ese trabajo que no
le gusta o porque, víctima del ahora llamado efecto Dunning Kruger, advierte
que todavía no ocupa una secretaría general o un ministerio, no soporta tamaña injusticia
y ejecuta su temida venganza contra la ciudadanía colocando mal las tapas de
alcantarillas. Esta posibilidad es factible pero sólo si el resto de la cadena
está bajo el antes citado encantamiento y lo permiten al interpretar aquello
como manifestación de la libertad artística del trabajador, tan democrática
como cualquiera otra de las que últimamente reivindican los orates. Derecho artístico sí, venganza no. Aquí
resulta indiferente si sus superiores orbitan o no bajo el influjo Dunning Kruger.
La tercera y última se fundamenta en
la indiferencia. Al operario, al jefe, al ingeniero, al político y a todos les
da exactamente igual como caigan esas tapas en las aceras, y ya está. No hay
hechizos, efectos ni venganza, todo son molinos. Si acudimos a la máxima
medieval “la explicación más sencilla suele ser la correcta”, proclamada
por el filósofo Fray Guillermo de Ockham -quien ya de párvulo reconocía figuras
geométricas complejas- habremos de concluir que el desinterés es la causa de
que nuestras aceras desluzcan cual puzles deformes. Esta indiferencia absoluta
es sinónimo de desprecio, desprecio al bien común, al contribuyente y a tu
vecino, a la armonía y a la belleza. Cuando la indiferencia se pone de
manifiesto en cosas tan sencillas es que está instalada también en las más
complejas y, por ello, reitero: somos una sociedad fallida.
Publicado en "La Voz de Almería" 11/05/2022