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miércoles, 1 de junio de 2022

EL PUZLE DE LA VERGÜENZA

 



Este puzle o collage de alcantarillas lo forman fotografías que saqué en las renovadas calles del centro de Almería al percatarme de lo difícil que resulta encontrar una tapa de registro o atarjea colocada correctamente. Me inundó el desasosiego al no alcanzar la razón de ser de tal dislate. Después de mucho cavilar ante este desafío de civismo geométrico concluí, tristemente, que somos una sociedad fallida.

 

Sabido es que un bebé de un año y algunos monos tienen capacidad suficiente para reconocer formas geométricas y podrían emparejar esas piezas como es debido sin gran complicación, máxime cuando cuesta el mismo esfuerzo hacerlo bien que mal. Dichas capacidades se presumen aumentadas llegada la mayoría de edad, por lo que no se entiende que a algunos de los que trabajan abriendo y cerrando esos registros del subsuelo les resulte tan difícil acertar; menos aún se entiende que sus jefes sean incapaces de advertir el error, pues seguro han cursado estudios técnicos, o los jefes de sus jefes, ostentadores de alguna ingeniería en su currículo, no así con los jefes de estos ingenieros, los políticos, a los que no se les exige formación alguna por ser conocido y notorio que los gestores de lo público cuentan con sobrada aptitud para distinguir triángulos, círculos y formas mucho más complejas.

 

Descartada del “iter criminis” la hipótesis de la incapacidad, se nos presentan varias posibles explicaciones, a cuál más lastimosa.

 

Primeramente está la artística: ahora que todos podemos ser pintores, escultores, genios de la música o grafiteros espaciales sin necesidad de esfuerzos formativos o dones naturales, pudiera ser que alguno de esos trabajadores, poseído por el espíritu de Marcel Duchamp y convertido en redecorador de aceras, le enmendara así la plana a los diseñadores originales para que nuestro espacio urbano sea menos bello pero muy original y transgresor. Esta tesis no resulta plausible por cuanto requiere que operario, jefe, ingeniero y político caigan bajo el hechizo artístico, lo cual cabe pero es poco probable.

 

La segunda opción es la vengativa: El operario, resentido con la sociedad por haberle colocado en ese trabajo que no le gusta o porque, víctima del ahora llamado efecto Dunning Kruger, advierte que todavía no ocupa una secretaría general o un ministerio, no soporta tamaña injusticia y ejecuta su temida venganza contra la ciudadanía colocando mal las tapas de alcantarillas. Esta posibilidad es factible pero sólo si el resto de la cadena está bajo el antes citado encantamiento y lo permiten al interpretar aquello como manifestación de la libertad artística del trabajador, tan democrática como cualquiera otra de las que últimamente reivindican los orates.  Derecho artístico sí, venganza no. Aquí resulta indiferente si sus superiores orbitan o no bajo el influjo Dunning Kruger.

 

La tercera y última se fundamenta en la indiferencia. Al operario, al jefe, al ingeniero, al político y a todos les da exactamente igual como caigan esas tapas en las aceras, y ya está. No hay hechizos, efectos ni venganza, todo son molinos. Si acudimos a la máxima medieval “la explicación más sencilla suele ser la correcta”, proclamada por el filósofo Fray Guillermo de Ockham -quien ya de párvulo reconocía figuras geométricas complejas- habremos de concluir que el desinterés es la causa de que nuestras aceras desluzcan cual puzles deformes. Esta indiferencia absoluta es sinónimo de desprecio, desprecio al bien común, al contribuyente y a tu vecino, a la armonía y a la belleza. Cuando la indiferencia se pone de manifiesto en cosas tan sencillas es que está instalada también en las más complejas y, por ello, reitero: somos una sociedad fallida.


                                                                                                    Jesús Ruz de Perceval

                                                                      Publicado en "La Voz de Almería" 11/05/2022